Vlad III de Valaquia

Lulú nace en el seno de una familia numerosa de trece hermanos. La número diez, de nueve chicas y cuatro chicos. Desde su más temprana infancia, desarrolla una gran pasión por la pintura. Su hermano mayor, amante del arte y su madre, apasionada de las antigüedades, contribuyeron inmensamente en su amor y entusiasmo por el mundo artístico. A los trece años, viaja a Italia. Y es allí, donde comienza a apreciar realmente la belleza de las obras de arte.

Su pasión por las antigüedades y la pintura, le llevan a la Restauración, licencienzandose en Restauración de pintura antigua y realizando sus prácticas durante dos años en el prestigioso taller de Restauración Icono I&R, donde tiene el placer de tener en sus manos cuadros de Goya, Murillo, Ribera, Van Der Hamen, entre otros autores anónimos con obras de singular belleza. Poco a poco va descubriendo que el arte antiguo es la herencia de nuestro pasado y que preservarlo y protegerlo es uno de los legados que podemos dejar en la historia.

La pintura flamenca le ha fascinado siempre, especialmente los retratos. Pintores como Jan Van Eick, Petrus Christus, Van Der Weyden, Robert Camping… Han sido una gran influencia en la realización de sus obras. Pero también se siente fascinada por el protagonismo que algunos grandes pintores dan a los perros, sus grandes amigos, destacándolos y dándoles una importancia como un personaje más, como en el caso de

Velazquez y sus Meninas, con un mastín retratado como uno más de la familia o Cabeza de un perro Bob de Edouard Manet, donde el perro se convierte en la obra en sí.

Su amor y sensibilidad por los animales es algo innato en Lulú. Rescatadora de animales desde que era una niña, ha podido observar su mirada tan profundamente, que la capta en sus retratos con una maestría sorprendente. Sus cinco perros y dos gatos, todos rescatados, son sus principales modelos, pero también los de amigos y familiares.